martes, 18 de diciembre de 2012

Historia Antiqua: De Municipia ( II )

¡Aue, lectores! El que va a ilustraros os saluda. Y por cierto, esto no se lo decían a Julio César, sino que se lo dijeron al emperador Claudio. El cognomen "Caesar", algo así como "cabellera", pasó a ser parte del nombre y título oficial de los emperadores romanos al adquirir Octavio el nombre de se padre adoptivo. Por eso, si en alguna película de romanos escucháis a alguien llamar "César" a una persona que no es Cayo Julio, asumid que se trata de un emperador, y no del cónsul y dictador vitalicio asesinado en los idus de marzo.

Si os preguntáis por qué le llamaban "cabellera", os diré que se debía a su incipiente calvicie, que trataba de disimular desesperadamente. Ooh, sí, los romanos eran muy crueles a la hora de poner apodos. ¡Lo mismito que se hace hoy, oiga! Tampoco se comían mucho la cabeza. Muchos cognomen vienen dados por alguna característica física del nominado: Craso ("grueso", es decir, gordo), Naso ("narizota" o algo así), etc.

Bueno, vamos a lo que nos ocupa: la continuación de la última entrada. Os había explicado ya lo que son los munera. Queda, pues, que os hable más concretamente de su funcionamiento.

Los munera no podían ser rehuidos, y no solamente porque hubiese una ley que lo castigase, sino porque hacer tal cosa era visto como un comportamiento asocial, y en respuesta la comunidad margina y reprueba al que trate de hacerlo. Pensemos que en el mudo Antiguo vivir en comunidad era vital para sobrevivir. El individualismo egoísta estaba muy mal visto, porque para salir adelante la comunidad debe trabajar hombro con hombro. Y esto ha sido así hasta prácticamente ayer, vamos, y hoy en día todavía es así, en los entornos muy ruralizados del planeta.

En fin, a través de estas funciones la ciudad consigue la construcción y mantenimiento de vías, acueductos, edificios... en fin, las infraestructuras. El trabajo se repartía de una forma concreta. La conservación de una calle o vía correspondía a los vecinos circundantes (los que vivieran al lado, vaya). La de los edificios y plazas públicas, en cambio, eran un tipo de trabajo denominado munitiones, y lo llevaban a cabo los sectores más humildes de la plebe (eran las labores más pesadas, las típicas de pico y pala). Otros plebeyos más acomodados llevan a cabo otro tipo de tipo de tareas para con la ciudad, por ejemplo, los munera iudicandi, es decir, ejercían de jueces. Es decir, la estratificación social influía en las tareas que se debían llevar a cabo. Otro día quizás redacte una entrada sobre las "clases sociales" en el imperio romano, porque esto también es interesante.

El tiempo de trabajo que cada ciudadano debe aportar al municipio también está regulado. Cada individuo debe dar a la ciudad cinco días de trabajo gratuito al año, más tres días por cada iunta (pareja) de ganado que posea y otros cinco días por cada miembro de la unidad familiar a mayores. Estas disposiciones podían variar según ciudad, esto está así regulado en la ley fundacional de Urso (Osuna, en Sevilla), pero es un ejemplo de cómo funcionaba el sistema. En total podían salir entre treinta y cuarenta días al año por cada individuo, lo cual provee de abundante mano de obra. En el album (libro blanco) estaban anotados los días que correspondían a cada persona, de modo que cada uno sabía perfectamente qué tarea le tocaba y cuándo. Y por supuesto, las tareas que requieran un tipo de conocimiento o habilidad específicos (esculpir estatuas, relieves, trabajos de ingeniería, etc.) se asignaban a personas especializadas, que tuviesen las competencias necesarias. Los esclavos no eran personas (jurídicamente), por lo que no tenían la obligación de ejercer los munera, pero una persona puede enviar a sus esclavos a realizar los munera por él, y de hecho puede enviar a los que quiera. Los libertos sí están obligados a realizar estas labores.

Los munera, no obstante, no eran trabajos ineludibles. Existían diversas formas de librarse de la necesidad de llevarlos a cabo (legalmente). En primer lugar, un individuo puede estar excluido de los munera debido a haber recibido la inmunitas (por las razones que sean, generalmente por concesión de algún poderoso). En segundo lugar, por tener la excusatio (ex-causa, es decir, hay una causa para ello); la excusatio obedece por lo general a algún tipo de incapacidad, por ejemplo, una persona a la que le falte una pierna no tendrá que colaborar en las munitiones. En tercer lugar, se exime del munus en caso de uacatio ("vacío"), es decir, si la persona no está por cualquier causa (se ha ido de viaje, etc.), pero debe ser nombrado un sustituto para ocupar su lugar. Por último, no tenía que cumplir con los munera aquél que tuviese un determinado número de hijos vivos (a no ser que alguno de ellos hubiese muerto en la guerra): tres en la ciudad de Roma, cuatro en el resto de la península itálica y cinco en las demás provincias del imperio. Luego veremos más detalladamente a qué se debía esto.

Los munera, sin embargo, no atañían solamente al mantenimiento de la ciudad, sino también a su funcionamiento social. Los ciudadanos también tenían otras obligaciones que se referían a la cura (cuidado) de la población, esto es, el mantenimiento del grupo poblaciones, y otra serie de labores.

Entre las labores de cuidado de las personas de la ciudad se incluía la cura de los más necesitados: mendigos, pobres, niños huérfanos, ancianos desvalidos, impedidos mentales o de cualquier otra índole... incluso los prodigi, esto es, gente que se quedaba en la miseria por haber dilapidado toda su fortuna o haber tenido algún grave revés económico. Y esto último es muy importante tenerlo en cuenta, porque es indicativo de un factor muy importante de la mentalidad cívica romana, que realmente es la cuestión de fondo de todo esto que os cuento. El estado romano pretende ser eterno, imperecedero, trascender el tiempo, lograr, en fin, la inmortalidad (obsesión del ser humano a lo largo de toda la Historia, y más todavía, si cabe, en el mundo Antiguo), y los romanos tenían muy claro para ello que todos debían volcarse con total espíritu y voluntad a semejante tarea, vivir por y para el estado (si a esto le sumamos lo que ya dije, que el estado era muy intervencionista -en la medida de lo posible- nos encontramos con el vivo sueño de los totalitarismos, pero éso es otra historia). De hecho, en teoría los munera debían hacerse de buen grado y con buena disposición. Claro, esto era la teoría... y sin embargo, a menudo las iniciativas de espíritu cívico, por así decirlo, partían de la población. ¿Por qué? Porque la sociedad romana tenía muy en mente la idea de que la comunidad es trascendental. La comunidad es lo que garantiza la supervivencia del individuo, es el marco en el que éste se desarrolla y gracias al cual se constituye como ser humano en sociedad (bueno, esta mentalidad era frecuente en las sociedades humanas en general hasta el siglo XIX, pero era especialmente poderosa en Roma a nivel de Estado). Por lo tanto, lo que importa es el bienestar de la comunidad, no del individuo, es la comunidad lo que debe sobrevivir, porque su existencia garantiza la existencia individual. Y por ello es importante cuidar de todos los miembros que conforman la colectividad, porque la ruina de uno sólo puede llevar a la ruina a toda la comunidad. Si cae uno, pueden caer todos, y eso no se puede permitir. Por ello, el gasto individual y privado de cada persona era también de interés público. Como una parte enferma de un cuerpo que puede hacer que todo el cuerpo muera si no se cura (esto es la sublimación de Platón y la "democracia orgánica" de Franco, vaya).

Ya os dije el otro día que no penséis que esto se corresponde tal cual con la realidad, pero que es una muestra del espíritu que se respiraba, lo que aspiraban a ser.

Otro munus curioso, relacionado algo que mencioné antes, es el del matrimonio. Desde los tiempos de la República (aunque el Imperio seguía siendo una república, en teoría), el censor (el magistrado que lleva a cabo el censo de población, vaya), preguntaba a cada persona -entre otras cosas- "¿Estás casado con objeto de dar hijos a la Res Publica?" (si habías contraído matrimonio, claro). Si decías que no, tenías una penalización. Se entendía que era una obligación casarse y dar hijos al estado (sí, sí, totalmente fascista, ¿no os lo dije?; de hecho, es al revés: el fascismo copió muchos elementos de la Antigua Roma -lógico, fue la era de esplendor de Italia-, y después el nazismo, Franco y otros cabrones varios tomaron también muchos elementos; de hecho, a mí me entristece, como etudiante de Historia, no poder saludar a la romana sin que te miren mal). De hecho, de ahí la exención de los munera según el número de hijos (vivos, recordemos). Con un elevado número de hijos se entendía que habías cumplido con creces como buen ciudadano. Por ello también tenía sentido que si uno de ellos moría en combate no contaba como no-hijo. Porque se consideraba que ya había cumplido con su deber para con el estado al morir en la guerra. Cruel, ¿verdad? Bueno... el sueño patriótico de los estados-nación. Las mal llamadas Guerras Mundiales fueron mucho peores en este aspecto. No obstante, y volviendo al tema, se cree que en el Imperio (al menos) no era un munus muy rígido. Es decir, se entendía que era muy severo penalizar a la gente simplemente por no estar casada.

Otro munus relacionado con el cuidado de la ciudad pero no con su infraestructura es el del abastecimiento. Como ya dije, las ciudades tienen una cierta autonomía y iurisdictio, hasta cierto punto no dependen de los gobernadores provinciales, y por ello debe haber un encargado de proveer a la ciudad de la annona ("añada"), una cantidad anual mínima de cereales y productos básicos para garantizar la subsistencia de la ciudad. Hay un curator o prefecto de la annona (a menudo también el edil) que tiene que asegurar el abastecimiento administrando el dinero destinado a esa tarea y facilitando su consecución (por ejemplo, interviniendo el precio para que no sea excesivamente caro). Aunque la labor es exclusivamente adminsitrar, no era infrecuente que el encargado de esto pagase la annona de su propio bolsillo. Esto ya lo vimos ayer: es una forma de lograr prestigio y apoyo, especialmente si se tiene intención de seguir el cursus honorum (la carrera política por excelencia en Roma). Por la base se empieza.

Otros munera eran las tareas de administración de la ciudad y la gestión de las oficinas públicas. Y para que lo sepáis, el mismo emperador tenía su munus. ¡Y cómo no! Él es el primero que tiene que estar al servicio del Imperio y de la colectividad (aunque evidentemente lleva aparejadas unas ventajas del copón). En la maravillosa novela "Memorias de Adriano", de Marguerite Yourcenar, que encarecidamente recomiendo, Adriano nos deja una muestra de esto en una reflexión suya: "somos funcionarios del estado, no césares" (no penséis que es una traspapelación tal cual del pensamiento de este emperador, es una novela, y como tal es una interpretación libre del imperator hispano). El munus imperiale es algo muy presente en la vida romana. El emperador que no lo cumple no es un buen emperador. Al fin y al cabo, era tradición que el nuevo emperador, al tomar el cargo, tenía que ser a continuación aclamado popularmente, señal de que el pueblo lo admitía y lo consideraba legítimo (de ahí las sustanciosas donaciones al pueblo que era tradición hacer al ascender al trono, supongo).

Bueno, no me puedo creer que todavía no haya terminado. Aún hay un par de detallitos más que me gustaría comentar respecto a los munera. Desde luego, se ve que no hay dos sin tres. Pero la próxima entrada sí que será la última sobre este tema, ¡lo juro! A última e derradeira, como se dice en gallego. Espero que quien se haya leído la primera se lea también ésta y tenga interés en leerse la última. Creo que tengo demasiada fe. ¡Hasta más ver!

Aviso: la información contenida en esta entrada procede de las explicaciones del profesor dadas a viva voz en clase. Cualquier error contenido en la entrada puede deberse a un simple despiste humano o, más probablemente, a un fallo del alumno y copista, es decir, yo.

1 comentario:

Anna Genovés dijo...

Esta claro que, Roma marcó un antes y un después en la historia.

Son muchas las costumbres que, todavía, persisten en nuestra sociedad y, más, los residuos arquológicos dospersos por toda la península.

No hay que olvidar que fue el gran Imperio. Equivaldría a los EEUU de hoy.

Buena entrada, estás hecho todo un "Imerator". Saludos, Ann@


Saludos y Felices, Ann@

PD. Os invito a que leáis mi cuento navideño. ¡Felices Fiestas! Gracias

http://annagenoves2012.blogspot.com.es/2012/12/bloody-christmas.html