Lo
primero que quiero decir es aclarar una cosa, y es que a lo largo de la
exposición de mi teoría la palabra “existir” será utilizada con una connotación
física. Es decir, lo que existe es lo que tiene entidad corpórea, aunque sea a
nivel atómico. Decimos que los seres humanos estamos dotados de raciocinio,
esto es, la capacidad de razonar, de elaborar pensamientos y estructuras
mentales increíblemente complejas. El raciocinio nos permite elaborar
conceptos, abstracciones, ideas, todo ello entidades que no tienen cuerpo, que
no existen sino en nuestra cabeza. Podemos hablar de “amistad”, “justicia” o “paz”,
pero en realidad son conceptos abstractos cuya única manifestación real se da
en forma de pequeños impulsos eléctricos que envían información en nuestro
cerebro.
Dicho
esto, paso a explicar mi idea: el tiempo no existe.
Esto
se me ocurrió reflexionando acerca de un elemento muy común del mundo del ocio,
tanto de la fantasía como de la ciencia ficción, que es el viaje en el tiempo.
Por lo general, las historias que incluyen algún tipo de travesía en el tiempo
acaban provocando mi ira y mi frustración porque contienen elementos que, si
bien son resolubles dentro del maravilloso campo de la imaginación humana con
la excusa de que es ficción, si los analizamos desde el punto de vista del
sentido común e intentando aplicar la lógica del mundo real tal y como lo
conocemos, surgen una serie de contradicciones irresolubles que hacen que todas
las historias de este tipo, sencillamente, no se sostengan. No voy a entrar en
detalles porque sería muy largo de contar, pero me refiero a cosas del tipo “viajo
atrás en el tiempo y mato a un antepasado mío, con lo cual yo desaparezco, pero
espera, porque si yo nunca llego a existir entonces el viaje en el tiempo no se
ha producido, con lo cual mi antepasado no murió y yo en realidad sí que llegué
a nacer”. Con todas las variantes que se quieran inventar, este tipo de
incoherencias son las que me llevaron a comerme la cabeza sobre por qué
demonios nunca existen argumentos sostenibles respecto a este tema sin tener
que justificarlos con el factor “magia”, “ficción”, etc. Pues muy sencillo:
este tipo de historias no tienen coherencia porque se está jugando con una
variable que sencillamente no existe en la realidad física, y con la que por lo
tanto no se puede interactuar físicamente.
Pero
a ver, ¿qué es exactamente el tiempo? ¿A qué le llamamos “tiempo”? No busquéis
en los diccionarios, eso no ayuda. El tiempo es un concepto que nosotros
utilizamos para explicar los cambios que se producen en el espacio. De hecho,
se suele hablar de espacio-tiempo porque están indisolublemente unidos y no se
puede hablar del uno sin el otro, pero de esa pareja indisociable sólo una de
las partes es verdadera, porque existe físicamente. La otra en realidad la
ponemos nosotros. El tiempo es una herramienta mental que nosotros utilizamos para
poder expresar y entender conceptos, exactamente igual que las matemáticas.
Pensadlo. ¿Los números existen? No. Pongamos que tú tienes cinco manzanas. Lo
que tú tienes son manzanas, ese “cinco” no existe, es un complemento mental,
una idea que tú pones para poder precisar la información que tú estás manejando
con tu cerebro, de la misma forma que le ponemos tiempo al espacio. Si
empujamos una piedra del suelo con el pie, la piedra se mueve, y termina en una
nueva posición. Cuando envejecemos es porque nos deterioramos. La materia de la
que estamos hechos se transforma, se corrompe. En definitiva: cambia. El cambio
es lo que nos hace necesitar un concepto, una idea, que nos permita entenderlo
y referirnos a él cuando pensamos y cuando hablamos. El problema es que el
tiempo se estructura en tres categorías: pasado, presente y futuro, y esas
categorías mentales son las culpables de que se produzca la ficción de que el
tiempo exista. Hemos empujado una piedra con el pie. Pasado: la piedra estaba
en una posición. Presente: la piedra está en otra posición. Futuro: esa piedra
probablemente acabará en una posición nueva. Pero todo eso está en tu mente, y
en ningún otro sitio. La realidad es que la piedra está en la posición que
estás viendo ahora mismo. Tú sabes que antes estaba en otra posición, pero esa
anterior posición de la piedra no es una realidad física, esa información sólo
existe en tu mente, en forma de una serie de reacciones químicas que componen
la memoria. La memoria es lo que registra el cambio, de ahí que sea también
responsable de la noción de “tiempo”. Pero el pasado y el futuro no existen en
ningún lugar aparte de tu cabeza. Como mucho, podrías decir que lo que existe
es un “eterno presente”.
Si
le seguimos dando vueltas a los conceptos de “pasado”, “presente” y “futuro”
nos daremos cuenta de la inconsistencia de la idea de “tiempo”. Las ideas de “pasado”
y de “futuro” se definen a partir del presente: el pasado es lo que había antes
del presente y el futuro es lo que vendrá después del mismo. Parece bastante
claro, ¿no? Ah, pero, ¿a qué llamamos “presente”? ¿A este año? ¿A esta semana?
¿A este día? ¿A este segundo? ¿A esta décima de segundo? ¿Os acordáis de que
hace un momento os dije que el tiempo es una herramienta como la matemática? La
elección de mi ejemplo no era casualidad. El tiempo se expresa de modo numérico.
El tiempo ES matemática. En cierta película hay un diálogo en el que una chica
dice “Los relojes miden el tiempo” y otro personaje le contesta “El referente
de un reloj es otro reloj. Se miden a sí mismos”. Efectivamente, los relojes son
simplemente máquinas que marcan números. Y los números tienen la divertida
cualidad de que se pueden dividir hasta el infinito. Así que, ¿cuánto dura el
presente? ¿Un segundo? El segundo se puede dividir en décimas, en centésimas,
en milésimas, en diezmilésimas, en cienmilésimas, en millonésimas, en
diezmillonésimas… sigue hasta que te aburras, siempre podrás poner números. Lo
que quiero recalcar es que el concepto de “presente” es tan sumamente difuso
que no tiene sentido. En realidad, no lo puedes medir.
Pero
volvamos al tema: la memoria y las categorías del tiempo son las responsables
de que se produzca la sensación ilusoria de que el tiempo es algo real. Los
humanos nos referimos a conceptos abstractos como los que he mencionado antes
como realidades: al crear una palabra para denominar una noción estamos creando
de manera ficticia una realidad y la llenamos de contenido, y en nuestra cabeza
todo ese contenido llega a ser tan “real” que inconscientemente llegamos a
asociarlo a una realidad palpable. Pero esa realidad sólo existe en nuestra
mente, es un constructo psicológico necesario para poder razonar y expresarnos.
Con el “pasado”, el “presente” y el “futuro” sucede lo mismo: estamos tan
acostumbrados a hablar de ellos que casi parecen realidades, pero no lo son. No
existe ningún lugar donde estén físicamente congelados, donde estén “almacenados”,
por así decirlo, todos los segundos (¿o décimas de segundo? ¿O centésimas de
segundo?) de nuestra vida y del planeta y el universo entero transcurridos y
por transcurrir. No podemos abrir una puerta o una ventana y encontrarnos a
nosotros mismos hace dos segundos, empujando con el pie esa piedra. El pasado
no tiene entidad física, por lo tanto, no existe. El futuro no tiene entidad
física, y por lo tanto… ¡no existe! Sólo son palabras. Sólo son ideas. Sólo
está en nuestra cabeza. El tiempo no se puede ver, no se puede tocar, no se
puede medir. Lo que existe, lo que se puede percibir, medir y comprobar, son
los fenómenos físicos, y nuestro cerebro recurre a herramientas psicológicas para
poder organizar su entendimiento de esos fenómenos que conforman el mundo que
nos rodea, pero esas herramientas en sí mismas no son algo real y que exista
físicamente.
Y
por lo tanto, en conclusión, el tiempo no existe.
No hay comentarios:
Publicar un comentario